María Antonia Dans

A Coruña, 1922 – Madrid, 1988

Cuando todavía era una niña, sus padres y ella se trasladaron a Cuntis (Pontevedra), un lugar y un paisaje que marcarán notablemente su infancia. Cuando tenía dieciséis años, la familia se muda a A Coruña; allí inició, en las primeras décadas de la posguerra, su formación pictórica, en el estudio de Dolores Díaz Baliño. Aunque su familia  no quería que se dedicara a la pintura, la venta de su primera acuarela  en el estudio de su maestra la anima a realizar, con su compañera Nena del Llano, su primera exposición. Resultó todo un éxito: logró vender todas las obras. Este hecho hace que se plantee vivir de la pintura y no enfocar su futuro profesional hacia la publicidad, como tenía planeado en un primer momento.

En el año 1950 realizó un viaje a Madrid con sus primeras ganancias profesionales. La ciudad la impacta  enormemente; ella misma afirmó: «Me propuse desde ese momento venirme a Madrid definitivamente o morir en el empeño». Cuando regresó, montó su primer estudio con su amiga Carmela Díaz. Aquí empieza a sentirse una profesional, y de manera autodidacta comenzó a experimentar con el óleo.

Se casa con  el periodista Celso Collazo en 1952 y juntos se trasladan a vivir a Madrid. Allí conoce a  Benjamín Palencia y a Daniel Vázquez Díaz,  artistas de la Escuela de Madrid que serán una de sus influencias más notables. También entra en contacto con otros creadores e intelectuales de la época, como Carmen Laforet y Camilo José Cela, con los que se encontraba asiduamente en el Café Gijón.

Asistió a la Academia de Bellas Artes como alumna libre durante una temporada y recibió numerosas becas: Educación Nacional para ayuda de estudios (1955),  Fundación Juan March (1959), Fundación Rodríguez Acosta (1962) y Relaciones Culturales (1964). En 1956 nació su hija Rosalía, en la misma época en que se  intensificó su profesionalización, con multitud de encargos que realizaba en su propio estudio de la calle Toledo.

En 1959, ya separada amigablemente de Celso Collazo, le conceden una beca  de la Fundación Juan March que le permite viajar a Pisa, Florencia y Roma. En esta estancia, la impresionó notablemente el Quatroccento Italiano. Antes de su regreso, viajó a París, donde el conocimiento del impresionismo fue definitivo en su concepción distorsionada de la perspectiva y en la importancia que el color va a tener en su obra. Paisajes, campesinas, vendedoras, pequeñas escenas portuarias son temas sencillos que va a relatar con un lenguaje formal elemental, en cuyo cromatismo abundan los tonos puros (rojos, amarillos, azules) en los que deposita toda su fuerza argumental como referencias sugerentes que dan un aspecto plano a sus composiciones, en las que casi no existe la perspectiva.

Otra faceta importante es su labor como ilustradora de libros infantiles y su trabajo como dibujante para el diario Pueblo. En la década de los setenta llegó su consagración en el circuito nacional, con exposiciones nacionales e internacionales. En los años ochenta, siguió pintando y viajando para completar su aprendizaje personal y profesional. Visitó Siam, Francia, Nueva York, Brasil e Inglaterra.